LOS HORNOS DE HITLER
Abdiel Castro Martínez
CAPÍTULO XX
LA RESISTENCIA
Todas las adversidades que tenían que enfrentar los presos, provocaban en ellos una actitud de resistencia. Esto implicaba también realizar actos clandestinos como trasportar cosas de un campo a otro, todo esto detrás de las autoridades alemanas. Incluso lograban reunir a algunos de los miembros de una familia.
Hubo cierto accidente un día, pues una presa, que ya había sido seleccionada, golpeó a un guardia con su revolver. Esto ocasionó consecuencias generales, pues a eso lo llamaban "responsabilidad colectiva".
En 1994, se ordenó a algunas prisioneras a entregar a sus hijos. Para reconocerlos más tarde, ellas improvisaban objetos que generalmente colgaban del cuello de su pequeño.
Poco a poco, la resistencia aumentaba de manera en que mejoraban sus tácticas. Ya habían logrado elaborar un pequeño radio para difundir las noticias entre los presos y habían tramado varios planes destinados al sabotaje. Las noticias del radio se difundían principalmente en la noche. Después corrían hasta las letrinas o los excusados.
Olga nos narra que se estableció conexión con unos guerrilleros rusos ocultos, que trabajaban afuera por su cuenta. Uno de ellos pertenecía a Auschwitz y era miembro de la organización clandestina. Ellos introducían a los campos de manera fraudulenta paquetes de explosivos que consistían en en cajetillas de cigarrillos.
Todo esto levantó sospechas en los alemanes, quienes, alarmados por estas mismas, recurrieron a colocar horcas donde todos los días colgaban cadáveres, ya que cuando alguien comenzaba a sospechar, se daba la orden de que se registrara todo. Cosa que no logró detener el movimiento.
Ellos tenían la obligación de encubrirse los unos a los otros. Nadie recordaba nada, ni los rostros. AL menos eso tenían que aparentar si algún alemán les llegaba a preguntar. Todo tenía que realizarse de forma cautelosa, pues aunque sabían que iban a morir, tenían presente que al menos morirían luchando por algo, por eso no se rendían,
CAPÍTULO XI
¡PARÍS HA SIDO LIBERADO!
El 26 de agosto de 1944, un internado francés fue a la enfermería, con un semblante malicioso y hasta cierto punto, satisfecho. Olga se cuestionaba por qué el hombre estaba así, por eso nos comenta que los casos así no eran raros, o sea que quizá muchos pacientes carecían ya de la cordura. Cuando el preso miró la reacción de Olga ante su visita y su actitud, le reveló el motivo de su estado: París había sido ya liberado. Esto hizo a Olga sentir tan emocionada, que no fue capaz de decir palabra alguna en el momento. Aunque después comenzó a dudar, pues pensó que tal vez el hombre ya había enloquecido de verdad.
Olga constantemente tenía que luchar por ocultar su tristeza al enterase de que uno de los suyos había tenido alguna dificultad en la guerra, pero esta vez era distinto, pues ahora la noticia que tenía que hacer correr, era la de la liberación de París.
Un detalle importante es que los habitantes de París habían levantado barricadas con el propósito de que los alemanes no destruyeran las bellezas que se encontraban ahí.
Aunque de alguna manera los alemanes se enteraron de estas noticias y decidieron tomar medidas contra muchos de los presos. Empeoraron la comida y a muchos los mataron o los exterminaron en la cámara de gas.
Esto seguía sin poder detener el movimiento, pues cada noche realizaban planes aún más elaborados. Ellos imaginaban a los alemanes rogando por misericordia. Eso les hacía olvidar por momentos sus triste realidad.
CAPÍTULO XXII
EXPERIMENTO CIENTÍFICOS
Cuando Olga trabajaba en los hospitales, se encontraba con muchos pacientes que eran usados como conejillos de indias, pues los usaban para hacer experimentos científicos en Auschwitz y Birkenau. Esto lo hacían los doctores alemanes, que al tener a su merced a tantos prisioneros, optaron por realizar experimentos con ellos. A veces obligaban también a hacer lo mismo a otros doctores entre los deportados. Al menos, a ellos les quedaba de consuelo el saber que quizá con esos terribles experimentos aportarían algo a la ciencia y que de esta manera podrían evitar sufrimiento futuro a otras personas. Pero esa no fue la realidad, pues sólo morían sin beneficio alguno. Así que muchos de los doctores obligados a hacer estos horribles trabajos, intentaban en la medida posible sabotear tales experimentos. Aunque la mayoría de ellos terminaron en los crematorios. La verdad, es que estos experimentos, eran sólo juegos crueles y trataban a los seres humanos como si fuesen insectos.
Uno de los más frecuentes experimentos consistía en inocular a un grupo de internados un germen, el cual iba creando reacción en el organismo de cada uno de los seres, pero los doctores alemanes nunca prestaban atención a eso, por lo que muchos iban a parar a la cámara de gas, rara vez al hospital y sólo en casos extraordinarios, a observación.
La mayoría de las veces, estos experimentos eran realmente absurdos y humillantes.
Los doctores alemanes hacían cuanta cosa se les ocurría a los pobres prisioneros, que usualmente terminaban muertos, ya sea por el experimento en sí o porque si sobrevivían, los exterminaban de todos modos.
CAPÍTULO XXIII
AMOR A LA SOMBRA DEL CREMATORIO
Los presos que estaban a la sombre del crematorio no eran excepción hablando de amor, pues hasta en ese lugar, hombres y mujeres llegaban a enamorarse. Aunque no se daba de forma común, pues la sociedad de Birkenau era muy distinta a la sociedad normal.
Los alemanes habían intentado reducir o desaparecer los deseos sexuales de los prisioneros. Incluso se decía que en su comida echaban ciertos polvos para que este deseo se extinguiese. Los soldados de la S.S. se excitaban demasiado al estar tan cerca de muchas mujeres desnudas y bellas por lo que se les había proporcionado burdeles llenos de prostitutas de origen alemán a fin de saciar todos sus deseos. Y se sabe que varias prisioneras habían llegado a esos lugares, a pesar de que los nazis se caracterizaban por su racismo.
A veces, la tensión les ayudaba a los presos a poder aplacar sus deseos sexuales, pero la angustia parecía que les brindaba un raro estímulo.
Había muchas bellas mujeres que tenían que mendigar por alimento. A veces, su belleza persuadía a los hombres que gozaban de alimentos de mejor calidad. Ellos podían consumir patatas, que en el campo era considerado lo más delicioso, pero que sólo podía ser consumido por las trabajadoras de cocina y las blocovas. Aunque no era la compasión la que motivaba a los hombres a darles alimento a esas mujeres, sino que era a cambio de favores sexuales. Por lo que la prostitución ya era algo muy ordinario en Birkenau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario